Trabajo remoto, oficina y la conversación que estamos evitando

 
Últimamente he visto muchos posts hablando del trabajo remoto y del regreso a la oficina. Casi todos usan los mismos argumentos: la mentoría, la convivencia, el café compartido, las conversaciones espontáneas, la cultura de equipo. Y a ver, no digo que eso sea falso ni que no tenga valor. Pero siento que estamos evitando decir las cosas como realmente son.

Volver a la oficina no es algo malo. Nunca lo ha sido. Hay personas a las que les funciona mejor, hay roles que lo requieren y hay momentos donde tiene todo el sentido. El problema no es ese. El problema es cuando se intenta justificar el regreso con una narrativa bonita que tapa una realidad mucho más incómoda.

La convivencia, la mentoría y las relaciones no nacen únicamente de compartir un espacio físico. A lo largo de los años hemos construido amistades, equipos sólidos y proyectos complejos con personas que nunca hemos visto en persona. Foros, chats, comunidades técnicas, equipos distribuidos. Lo que hace que una relación funcione no es el lugar, es la comunicación constante, la claridad y el compromiso. La tecnología no eliminó eso; lo facilitó.

La mentoría tampoco aparece mágicamente porque alguien esté sentado cerca de otra persona. La mentoría real requiere tiempo, intención y experiencia. He visto oficinas llenas de gente joven sin ningún acompañamiento real, y equipos remotos donde se aprende todos los días porque hay seguimiento, revisión y conversación constante. El medio no garantiza nada por sí solo.

Ahora viene la parte incómoda, la que casi no se dice en voz alta. No todas las personas están hechas para trabajar de forma remota. No por falta de capacidad, sino por falta de disciplina, autonomía o ética de trabajo. El trabajo remoto no creó ese problema; lo dejó al descubierto. En casa ya no hay forma de aparentar que se está trabajando cuando no se está produciendo.

Muchas empresas no supieron gestionar eso. En lugar de definir objetivos claros, medir resultados y tomar decisiones difíciles, prefirieron disfrazar el problema con discursos sobre cultura y pertenencia. Y cuando la productividad cae, la solución más simple es traer a todos de vuelta, aunque eso signifique que algunos que sí funcionaban bien en remoto ahora paguen por los que no.

El trabajo no es una dinámica emocional ni una gran familia feliz. Es un intercambio: tiempo, conocimiento y resultados a cambio de un salario. Cuando un modelo deja de funcionar, es válido cambiarlo. Lo que ayudaría mucho es decirlo con honestidad: “este esquema no está funcionando para este equipo”.

El problema no es el trabajo remoto ni la oficina. El problema es administrar mal a las personas y no querer asumirlo. Y como suele pasar, cuando no se dice la verdad completa, terminan pagando justos por pecadores.

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