No importa cómo lleguen estas palabras hasta ti. No importa si las encontraste por accidente o si las buscaste sin confesarlo. No importa si las lees en silencio o con un ruido de fondo que intenta distraerte. Lo único relevante es que eres tú quien las recibe. Una sola conciencia. Una sola mente. No hablo para el público, ni para el pueblo, ni para la masa. Hablo para quien todavía conserva la capacidad —y la obligación— de pensar. La mayoría de los discursos que has oído en tu vida no fueron diseñados para que pienses, sino para que obedezcas. No fueron escritos para convencerte, sino para tranquilizarte. Están hechos para que sientas pertenencia y renuncies al juicio. Eso es lo que el poder necesita de ti. Eso es lo que siempre ha necesitado: tu silencio intelectual. Tu inercia moral. Tu incapacidad aprendida de dudar. Por eso te alimentan las mismas frases: “el pueblo primero”, “los pobres son buenos”, “la austeridad es virtud”, “la patria te necesita”. Cambian los act...