En el desarrollo moderno abundan los líderes que confunden librerías con filosofías y frameworks con dogmas. Este texto es para ellos.
Cada semana aparece un debate en LinkedIn donde se enfrentan tecnologías como si fueran equipos de fútbol: Laravel contra Node, React contra Angular, Nest contra Django. La mayoría de esos intercambios no son debates técnicos, sino concursos de autoestima. Algunos buscan validación profesional, otros simple entretenimiento. Pero en casi todos se repite el mismo error: los protagonistas no saben qué están comparando.
Y eso ya no es un detalle menor, sino un síntoma. Un reflejo de una industria que convirtió la superficialidad en virtud y la inmediatez en doctrina. Hoy se confunde un runtime con un framework, un lenguaje con un ecosistema, y un stack con una moda pasajera. Lo preocupante no es el error técnico —todos aprendemos a golpes—, sino la soberbia con la que se enuncia. Autoproclamados tech leads que aseguran que Node “es un framework” o que Laravel “no sirve para backend”. Gente que repite frases de terceros sin entender la mecánica que las sostiene, pero que se siente cómoda corrigiendo a quienes sí conocen los fundamentos.
Vivimos la era del tutorial exprés. El video de YouTube que promete volverte “senior” en quince días, con certificado descargable y voz robótica incluida. Una época en la que cualquiera con micrófono y miniatura se siente autorizado a dictar doctrina. Sin contexto, sin historia, sin comprensión de los fundamentos. Solo ruido, métricas vacías y un diccionario entero de términos mal digeridos.
La diferencia entre usar y comprender
Entender una tecnología no es saber usarla. Es entender por qué existe, qué problema vino a resolver, y qué decisiones de diseño la moldearon.
Node.js no es “rápido” por arte de magia: lo es porque trabaja sobre un modelo de I/O no bloqueante, pensado para sistemas concurrentes donde la latencia importa más que el throughput.
Laravel no es “lento” ni “anticuado”: es sólido porque abstrae capas completas de complejidad y mantiene coherencia en proyectos que, sin esa estructura, se volverían junglas de código espagueti.
Cada herramienta tiene su propósito. Cada arquitectura, su razón de ser. Y aun así, los debates continúan, con argumentos que apenas sobreviven fuera del ecosistema de su propio sesgo. El problema no es que existan herramientas distintas, sino que hemos perdido la disciplina intelectual para analizarlas.
El espejismo de la competencia eterna
La industria vive obsesionada con declarar ganadores: “¿Qué es mejor, Node o Laravel? ¿Python o Go? ¿Microservicios o monolito?”
Preguntas que, planteadas así, carecen de sentido técnico. Ignoran el contexto de uso, el tamaño del equipo, el presupuesto y el horizonte de mantenimiento.
Comparar tecnologías sin comprender sus fundamentos es como comparar una llave inglesa con un bisturí. Ambas son precisas, pero su utilidad depende del campo en el que se apliquen.
Detrás de esa obsesión hay un hambre más humano: el de pertenecer. Muchos buscan en el lenguaje que usan una identidad, una bandera que los agrupe. Pero el software no es religión ni club social. Es ingeniería. Y la ingeniería exige contexto, comprensión y humildad.
La cultura del tutorial
Hoy hay una generación que construye sin comprender. Que repite comandos sin saber qué hace el intérprete debajo. Que instala dependencias sin leer una sola línea de código, y se queja del package manager como si fuera brujería.
Mencionas event loops, memory management o context switching y responden con memes o benchmarks de blogs de 2017. Han aprendido a usar, pero no a entender. A ejecutar, pero no a pensar.
No es del todo culpa suya. Es el efecto de una industria que premia la velocidad sobre la solidez, el tutorial sobre el estudio, y la ilusión de estar “al día” sobre el conocimiento profundo.
El resultado: una generación que domina toolchains pero ignora principios. Que habla de frameworks “reactivos” sin saber qué significa “reactivo” fuera del marketing. Que se dice “full stack” sin entender el ciclo completo de una aplicación, desde la red hasta el sistema operativo.
Los viejos del gremio
Y luego estamos los otros, los viejos del gremio. Los que sobrevivimos a los CGI, al XML, al SOAP y a los WSDL. Los que ya no creemos en el hype, sino en la estructura. Los que aún abrimos documentación oficial, rastreamos RFCs y valoramos más entender un stack trace que memorizar un comando de CLI.
Aprendimos —a veces con cansancio, a veces con ternura— que no hay framework perfecto ni lenguaje eterno. Solo sobrevive la arquitectura bien pensada y la comprensión profunda del problema que se intenta resolver.
Quizá hablamos menos en redes. Quizá ya no participamos en guerras de ego. Pero cuando levantamos un sistema y resiste años sin caerse, sabemos que el tiempo, no el algoritmo, nos dio la razón.
Porque al final, lo preocupante no es que confundan peras con manzanas. Lo verdaderamente grave es que conviertan su ignorancia en doctrina y la vendan como verdad. Que moneticen el ruido, y que disfracen su desconocimiento de carisma, por que en esta industria, le ruido suele tener mas volumen que la razón.

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